miércoles, 16 de marzo de 2016

"Cuando despertó...", una posible continuación.



Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.

Augusto Monterroso, escritor guatemalteco

Continuación…

Sus movimientos eran lentos y majestuosos; su cuerpo, colosal. El largo cuello del animal prehistórico se movía con agilidad y, con la tranquilidad de quien se sabe superior, dirigía sus fauces hacia las pocas plantas que crecían alrededor. No parecía preocupado por su presencia.

Sucia, gris y solitaria, su nave le esperaba a corta distancia.

Estaba amaneciendo. Las montañas se divisaban en el lejano horizonte; sus formas eran borrosas. La tierra se veía seca y cuarteada.

El hombre recordó la última fecha de la que tenía constancia: jornada 47 del mes de las tres lunas del año 3013. ¿Cuál será ahora?, se preguntó. No sabía la respuesta.

El dinosaurio lanzó un bramido estentóreo y a la vez inofensivo y comenzó a caminar. El hombre decidió seguirle; el dinosaurio no parecía preocupado por su presencia.

Caminaron largo rato en dirección a las montañas. El hombre pensó que allí encontraría una respuesta; estaba seguro de ello.

Fijó su mirada sobre el cielo del horizonte, por encima de las todavía lejanas montañas. Sus ojos se vidriaron y un dolor insoportable le punzó el corazón. Grupos de gigantescas bolas de fuego, rojizas, incandescentes, caían desde las alturas. Una riada de destrucción iluminó sus retinas. El impacto estremecedor de los cuerpos celestes provocó una densa y enorme nube de negras cenizas que, emanando desde el suelo, comenzaba ya su mortífero barrido en todas direcciones.

Y vio las enormes manadas de dinosaurios cabalgando hacia él, huyendo del peligro, sobreviviendo. El animal que lo acompañaba cambió de dirección y comenzó a correr, huyendo también. El hombre lo imitó. Corrió todo lo que pudo: sudaba y jadeaba, sentía que se asfixiaba.

El cristal de su casco comenzó a empañarse y fue perdiendo la visión del exterior. El terror se apoderó de él. Notó la fuerte ola de cenizas golpeándole la espalda. Supo que había fracasado. Nadie sabría nunca el final de su misión.

José Ramón Pastor Aguado, intento de escritor eldense.

308 palabras